No importa cuál sea el motivo disparador –las razones en sí
pueden ser muchas y de lo más variadas: una persona, un pensamiento, un momento
(insight), un saber o una experiencia, pueden ser los motores de cualquier
aprendizaje- para que suceda aquello que nos empuja a una nueva manera de
percibir la realidad, en la que sus elementos ya no se encuentran como fuerzas
separadas, individuales, en constante lucha y tensión por el simple motivo de
vencer o dominar unas a otras, sino como fuerzas que forman parte de algo en
común, que las incluye y las articula orgánicamente, sirviendo a un fin mayor, el
registro de conexiones más sutiles se impone. Es ese el momento en que nuestros
ojos dejan de ser el único instrumento para ver,
damos un salto cualitativo en nuestra evolución como seres humanos,
potencialmente espirituales, y con ello el surgimiento de una fuerte crítica a
las formas y conceptos preestablecidos como parte necesaria del cambio y del
eterno camino humano en busca de un sentido y de algo que se aproxime a la
verdad.
Mucha gente cuando escucha hablar de astrología piensa que es
sólo una cuestión de fe, es decir, para ellos se cree o no se cree en la
existencia de una conexión causal entre el orden cósmico, el orden de lo humano
y de la materia orgánica, como matriz rectora de las leyes de la naturaleza
misma. Su pensamiento está centrado en una lógica totalmente egocéntrica, donde
el hombre a través de la razón es el único capaz de llegar al conocimiento de
la verdad. Pero en tal caso, y lejos de pensar la astrología, la ciencia más
antigua de la historia de la humanidad, como solamente un saber al que se
accede motivado por una fe ciega en busca de respuestas que llenen vacíos
existenciales, considero la fe como resultado posible a partir de su estudio,
no como un fin en sí mismo, sino como parte de un proceso inevitable que nos
lleva a confiar en el devenir de la vida misma. Y aquí tomo la fe en su
verdadero sentido etimológico, que tiene su significado en ser fiel a una verdad
y nada tiene que ver con una confianza ciega como se le atribuye hoy en día,
consecuencia de una visión materialista, predominante, del cristianismo y de la religión en general.
Fue precisamente este egocentrismo e individualismo el que
nos empujó a buscar la verdad en ideales demasiado elevados, tan abstractos,
que terminaron por alejarnos de nuestra propia naturaleza y nuestra propia
esencia.
La astrología nos conecta con un pulso vital que se reproduce
en todo orden, desde lo macro a lo micro, pudiendo así comprender y
comprendernos de manera no sólo más profunda sino también más real. Es una
herramienta, es un arma cargada de futuro, es un saber aplicable a todo saber y
a todo proceder. Colma de amor, compresión y compasión todos nuestros actos.
Nos permite comprender el destino como regulador entre lo que creemos ser y lo
que somos, entre lo que somos y nuestra función dentro del todo y lo que somos
como parte del cosmos. Nos da la libertad de crearnos y no de que nos creen; el
alivio de saber que, no sólo somos capaces de crearnos, sino que en ese “crearse”
modificamos también nuestro entorno y le perdemos el temor a la astrología
pensando que nos “revelará” un destino que nos atrapa y del cual no podemos
escapar.
Muy interesante, yo soy una de las personas que le tiene "temor a la astrología", Ana me gusta mucho tu forma de escribir, concisa.
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