Luego de pasar por una semana a pura Muerte y Ermitaño y luego de haberme encontrado
tirado en la calle un VIII de espadas, con su consecuente mal humor de la mano, hoy es
el segundo día consecutivo que me toca La Templanza como arcano del día.
Casi siempre tengo la sensación de que existe en mí un gran
condicionamiento al descubrir el arcano del día, temprano por la mañana, quedando, de este modo, marcada por una suerte de destino anímico para el resto del día. De todas formas,
embarcarme en esos pensamientos únicamente llevan a un mismo lugar y es,
justamente, el de cuestionarme algo que para mí ya no está en duda, como la riqueza
que esconden aquellas imágenes, los símbolos del Tarot. Pensar qué es primero, si el arcano o mi humor, si el huevo
o la gallina, me resulta contraproducente a la hora de aprender sobre su
significado simbólico escondido tras lo “intrascendente”, cristalizado y aparentemente sin vida del día a día y su insoportable rutina. Después de todo, la verdad es que
desde ayer que tengo una gran sensación de alegría y un optimismo fuera de lo
normal.
¿Qué fue, entonces, lo que cambió?
La semana pasada, luego de tomar algunas decisiones que me
consumían demasiada energía, y que implicaban ciertos cambios radicales
respecto al rumbo de mi vida, y tras finalizar un largo período de estancamiento
en varios sentidos, pude por fin ordenar prioridades y establecer los objetivos
que ocuparán mi tiempo y energía de aquí en adelante, hasta por lo menos
finalizar el tan famoso y temido “retorno de Saturno”.
Son entonces, estos momentos de templanza donde podemos
conectar con la sensación de haber renacido y contemplar aquel proceso vital
que nos lleva a transitar cíclicamente etapas de crisis, muerte y resurrección.
Oscar Adler, en su libro La astrología
como ciencia oculta, dice: “Si
nos entregamos sin preconceptos a la impresión que obtenemos del curso de la
vida en su forma exterior, no podremos pasar por alto el hecho de que en dicho
curso se pone de manifiesto una organización rítmica (…) Sin duda, la periodicidad
más sugestiva y acaso más elemental será la del cambio cotidiano entre despertar y dormir…” Ahora
despiertos, vueltos a nacer, con el alma enriquecida y el espíritu fortalecido,
mezclamos las aguas de nuestras contradicciones más profundas, volvemos a ser
uno y llenos de fe en lo que vendrá, encaramos el mundo.
Y es así, como sin quererlo, que en un día de La Templanza y un largo viaje en bondi, me vi atravesada por estos pensamientos.